26 febrero 2006

Abrazo de despedida


Se fue corriendo, bajo la lluvia, no tuvimos tiempo de saludarnos como cuando nos vimos aquel año: un fuerte abrazo dado mutuamente entre dos personas que se quieren mucho. Recuerdo que mientras nos acercábamos, frente a las miradas culpables de todos aquellos que nos habían separado 20 años atrás, íbamos uno hacia el otro con los brazos abiertos. No importaba que nos miraran, en ese momento no nos perdíamos de vista uno al otro hasta que nos ceñimos fuerte, tierna, quedamente. Nos separamos tomados de las manos y, mirándonos, con aquella sonrisa que se había mantenido viva en el corazón de ambos, como si fuera 20 años atrás, nos dijimos qué alegría verte, cuánto tiempo ha pasado. Yo le dije: iba a ir yo antes a New York que vos a esta ciudad, en este continente. Sí, pero ya ves, he venido antes de que tú fueras. Ninguno de los presentes pronunció palabra; todos comprobaron que la separación que nos habían impuesto hacía dos décadas no había servido de nada. Se había borrado.

La muerte lo sorprendió tres días más tarde, sin que pudiera decirle adiós más que agitando un brazo sobre mi cabeza. Un accidente le puso fin al tiempo que nos habría correspondido.

Pasaron los días de mi largo duelo. Al cabo de unos años, no muchos, la soledad se adueñó de mi campo de batalla. Cada día lo extrañaba más. Una de las veces que lo vi en mis sueños, vino hacia donde yo estaba, con su sonrisa tierna, sus ojos transparentes y elocuentes de amor. Fue desplegando sus brazos a medida que se acercaba a mí y nos enlazamos en ese signo de unión que nos había quedado pendiente. Permanecimos quietos, yo incliné mi cabeza hacia su hombro, él apoyó su mejilla sobre mi cabello. ¡Cuántas cosas nos dijimos en aquel momento! A pesar de lo que puede creerse, no quedaban cuentas por saldar, años penosos y solitarios, nada, nada, sólo aquel contacto de corazón a corazón, de caricia hecha gesto, de espera interminable convertida en un leve suspiro. Luego me tomó de la mano y me llevó a recorrer un hermoso jardín que precedía a un bosque luminoso y colorido. Nos miramos con ternura, directamente al fondo del alma, sonreímos y, sin hablar, nos soltamos y nos despedimos. Se internó en el jardín y siguió camino al bosque, yo di la vuelta y empecé a desandar mi pasos hacia... hacia el tiempo, hacia el mundo, este lugar en el que todavía habito.