26 febrero 2006

La Reina


Revolviendo recuerdos encontré un libro de Pablo Neruda que me regaló un amigo sólo porque contenía este poema. Y exactamente eso decía la dedicatoria.

Aquel día me esperaba en la puerta de un restaurante donde íbamos a tomar algo fresco. Me vio venir a lo lejos, mientras yo caminaba por la acera en dirección adonde él estaba. Yo exhibía una alegre sonrisa sin ningún disimulo -aunque iba sola-. Al llegar junto a él me dijo: Vos siempre igual, caminando sola por la calle, muerta de la risa !!! Le respondí que no era verdad que siempre voy así; bueno, siempre no, sólo cada vez que algo te causa gracia, vos no tenés ningún problema en reírte cuando salís de ese encierro en el que te empeñás en permanecer. En fin, se quedó un instante mirándome a los ojos y soltó: A vos te ha pasado algo, porque tus ojos tienen ese brillo de picardía que te da cuando anduviste haciendo algo, dale, contame qué te ocurrió.

Sí, sí, es que hoy salí desanimada, además estaba fastidiada porque no me gusta como me sienta este trajecito. Me paré en la calle, como acostumbro hacer para detener un taxi, y levanté la mano haciéndole señas a los que venían desde la esquina. Uno se detuvo y el conductor, sin bajarse, me abrió la puerta diciéndome, suba, suba, no se quede ahí parada por favor. Cuando me senté y cerré la puerta me miró detenidamente y me preguntó: Dígame, ¿siempre va usted por ahí, resplandeciendo como si fuera el sol que ha bajado y está recorriendo la ciudad? Ya sabés que yo le presto atención a las cosas que me dicen imprevistamente porque pienso que son palabras que me vienen de "lo Alto", de arriba, para expresarme las cosas bien claritas. Porque soy de las que guardan dudas sobre si será o no será verdad lo que siento en mi interior ¿o no?. Ante un mensaje tan preciso, comencé a reírme a carcajadas y entre respiro y respiro le pregunté por qué decía eso. Porque es verdad, así la he visto, desplegando al viento ese chal celeste que lleva puesto, y con ese traje de color del cielo... su cara me pareció un sol, toda usted resplandecía. Me quedé pensando y como acabo de bajarme del coche, seguí sonriendo.

Esos días yo estaba apocada y muy triste. Una de mis amigas hizo correr la voz de que no estaba bien de ánimo y que eso me estaba afectando la salud. De inmediato, este viejo y querido amigo me invitó a tomar algo por ahí. Una vez que estuvimos adentro del restaurante, sentados cómodamente, me entregó un paquete cubierto de un lindo papel de regalo. Rasgué el envoltorio, era una antología de Pablo Neruda. Comencé a hojearlo; mientras, él puso los ojos como los de una paloma herida y empezó a recitar este poema, despaciosamente, -previa aclaración que debía oír atentamente la orquesta que allá lejos tocaba, imaginariamente, el Allegro del 2º Concierto de Branderburgo, de Bach-:

Yo te he nombrado reina.

Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, más bellas.
Pero tú eres la reina.
Cuando vas por las calles
nadie te reconoce.
Nadie ve tu corona de cristal,
nadie mira la alfombra de oro rojo
que pisas donde pasas,
la alfombra que no existe.
...................................................

En ese momento no pude reírme. Se me saltaron las lágrimas. Luego sí, mientras corrían rostro abajo, sonreí; él me apretó una mano y llamándome por el nombre que me decía cuando éramos poco menos que pequeños, me susurró: Arriba el ánimo, aún estamos vivos, no tengas más pena, ¿si? Las penas y las lágrimas son amargas, caen mal al estómago ¡Acordate lo que te dijo el taxista! , le respondí y, como lo hace habitualmente, me ofreció sus oídos y su afecto: Si querés, podés contarme; si no querés, te voy a recitar otros poemas de amor, que no están en esa compilación, para que te sigás riendo, vos sabés que tus amigos somos capaces de hacer cualquier cosa por verte sonreír. Entonces, le conté la causa de mi pena.