13 junio 2006

La estación de los crisantemos

música


¿Cuánto tiempo te amé y te olvidé y me dije que nunca más te recordaría? Hasta que llegaba nuevamente la estación de los crisantemos. Mi estación preferida, esa en la que se detienen todos los tiempos postergados, los no vividos, los desesperanzados, los olvidados, y se paran sobre el anden por el que desciende una vez más la vida. Pero tú, persistente y áspero como el aroma de los crisantemos, regresas con ellos; veo tu figura erguida en bello porte junto al puesto donde compraba los crisantemos dobles, amarillos y blancos por favor, sí, deme tres y tres, y un poco de verde para adornar el ramo; no, no, por favor, no corte los tallos, los prefiero largos...
Llegaba a casa y los ponía en mi único jarrón, me gustaba rociarlos con el agua de la canilla y ponerlos luego en el florero, los dejaba escurrir en la cocina y luego los llevaba a la pequeña mesa color marfil en la que trabajaba.
El timbre del teléfono, tu voz entrecortada de quien se siente en falta por llamarme, la conversación breve, el saludo apresurado. ¿Otra vez te vas de viaje? ¿Tan lejos? ¿Cuándo regresarás? ¡Dos meses! Las calles parecían vacías, quería gritar mi soledad y tu ausencia se deshilaba poco a poco con el caer de los pétalos amarillos y blancos. Los últimos días del primer mes dejaba que se formara un cerco junto al florero hasta que los tiraba y compraba otros, frescos, con la ilusión que retornarías antes que volvieran a derramar sus pétalos como lágrimas largas y marchitas sobre mis cuadernos y aquellos papeles que intentaban capturar ideas durante las noches de insomnio...
Una noche lloramos juntos para desahogar la pena de lo imposible, otra nos besamos y una vez tratamos de amarnos.
Y otra vez, al detenerse el tiempo en la estación de los crisantemos, cada puesto de flores portante de baldes llenos de ellos se para frente a mí, me corta el paso por la acera y los ramos hunden sus tallos por mi escote hasta clavarse en mis entrañas; su olor rústico a hierba del campo absorve mi aliento y quedo exámine, trémula ante el recuerdo de tu viva presencia.