20 abril 2006

Cartas que nunca envié

Querido P:
Esta carta es como aquellas veces que me arreglé con esmero esperando que me llevaras al teatro, o a pasar una bella noche cenando en un restò con velas y champagne. O como los viajes que tantas veces te rogué que hiciéramos, o las horas que no compartimos, el gozo que dejamos pasar sin que nos rozara, la joya que no me regalaste -ni siquiera una pequeña, nunca!-... como todas esas cosas y tantas, tantísimas otras que no podría enumerar de una vez, esta carta nunca se hará realidad entre tus manos ni será leída con los ojos ansiosos de un enamorado.
Me pregunto una y otra vez, qué nos unió durante tantos años. La única respuesta que he hallado es que te he amado, he esperado que lo advirtieras en la plenitud de su extensión, de su significado y de su poder. Pero no, no te diste cuenta de lo que eso significaba para mí y lo que creí que significaba para ti.
Y tú, que eras el espejo donde me miraba a mí misma, fuiste devolviéndome una imagen opaca, difusa, grisácea, indefinida. Me convertí en la mujer que tus ojos veían, en tus pupilas me fui viendo sin valor, me deprecié tanto y tanto con el correr de los días y de los años que llegué a pensar que mi vida -antes tan rica y estimada- carecía de sentido y no merecía el cotidiano esfuerzo que demanda la existencia.
Luego supe que nunca habías estado conmigo, nunca me habías amado; de aquí para allá fuiste de unos brazos en otros y hasta dormiste entre los de mi propia sangre aunque no eran los míos. Así, esta carta, transitará sobres, cuadernos, libros, pero nunca llegará a tus manos. No te dirá lo que en ella he escrito, no leerás sus palabras ni escucharás los gemidos entre los estoy agonizando. Mi vida no te ha sido agradable. Sólo me resta, para no enloquecer, pensar que en los momentos que me sentí feliz, tal vez, sólo tal vez, me amaste.