20 abril 2006

Cenizas


Transcurrían los primeros días de aquel agosto meridional: Al entrar a nuestra casa surgiste entre los muebles como una sombra gris. Tu piel, tu rostro, tus cabellos, tu ropa, todo era del mismo color gris de las cenizas secas y frías. Retuve la exclamación de asombro que afloró en mi garganta. Te miré con piedad. ¿Qué te había ocurrido? Estarías enfermo, tal vez. O triste, acongojado. O arrepentido. Pero no, después me dijeron que estabas muerto, que ya habías entregado tu alma.