El corazón de la encina
candela

Dicen que el corazón de la encina está lleno de música y existe la leyenda, en algunos lugares de Castilla, de que dicho corazón, horadado a fuego lento, producía en otro tiempos las mejores dulzainas. No quedan muchos encinares por mi pueblo, ya que fueron talados cuando lo de la concentración parcelaria. De niño nos llevaba el maestro a recoger astillas para la estufa de la escuela. Astillas de encinares en extinción bajo el hacha implacable de los leñadores de Monda, provincia de Málaga, decían que los mejores del país. De niño, bajo las encinas de las dehesas de La Coronada, tan parecidas por proximidad a las extremeñas, he buscado bajo el cielo pálido de los días de otoño el fruto de la bellota que nos comíamos asadas como un delicioso manjar. La robusta encina, además, produce una delicada flor poco aparente para los no avezados a contemplarla. A esa flor tan recatada se la conoce con el nombre de "candela" y está tan escondida entre las hojas que apenas es visible. Es dulce su nombre, como su apariencia, y así se le antojara a nuestro señor Don Quijote en su discurso de la Edad Dorada en el que habló "de las encinas con su dulce y sazonado fruto". El dios adusto de la tierra parda, que dijera Machado, es el de los encinares y dehesas del país en los que el cerdo ibérico pastaba a sus anchas, no como hoy, que estabulado y constreñido en su ejercicio produce un jamón que nada tiene que ver con el de los tiempos de mi niñez, cuando el animal comía de la encina el fruto goloso de la bellota que cebaba sus carnes y les daba la inmejorable sabrosura de las que hoy carece. Ni en Jabugo ni en la tierra incendiada hace unos días entre las provincias de Huelva y Sevilla tiene la encina otro gasto que el del simple existir, el ser longeva y hacerse tan centenaria, hasta que se hace vieja y se le consume el corazón como a una ancianita que se extingue lentamente. Hoy no es económico el beneficio de la encina, por los costes y porque la alimentación de los animales de dehesa está tan adulterada que así nos va: ni el jamón ibérico sabe al jamón de antaño y es privilegio de los escasos lugares del país en los que encina aún sirve, a medias, de alimento con su fruto para el exclusivo jamón de pata negra o de recebo, que es otra adulteración. Don Miguel de Unamuno, que escribió de la encina de Castilla, comparaba simbólicamente el corazón del árbol, su recatada flor y el fruto de su leñosa existencia con el corazón, la flor y el fruto del pueblo que entre los encinares se ha formado. Lo que me parece una afirmación magnífica tratándose de que yo he conocido y me he formado en mis principios en medio de ese pueblo sufrido y paciente, el que yo conozco de los extintos encinares de la comarca de Fuente Obejuna y el Valle del Guadiato y la vecina comarca de Los Pedroches. En su sentido de la vida y en su floración trabajada largamente, ese pueblo solía y suele soportar la existencia como un duro menester y por eso tiene el alma tallada como la vieja encina de sus campos que hoy pervive en escasos testimonios en toda la comarca que en los próximas días volverá a conmemorar el tiranicidio de aquel comendador libidinoso que no supo bien a quien se enfrentaba en sus desmanes y así acabó como acabó. A fuer de metafórico me gustaría dejar constancia de la armadura colectiva de ese pueblo, una armadura moral a salvo de veleidades, como la encina que arraiga en su pedernosa tierra y que es capaz de dar su dulce fruto o abrigar en su horadado corazón toda la música de la libertad que le hizo rebelarse contra los desafueros del poder. Estos días, al representar la obra de Lope de Vega, toda Fuente Obejuna y sus aldeas están participando, de una manera o de otra, en el drama colectivo que es orgullo de nuestra raidumbre. Firme y señero pueblo que tiene la coraza de la historia en la que se ha forjado desde los tiempos más remotos, aun antes de convertirse en un símbolo universal. "Todos a una" y arraigados en la defensa de su dignidad de hombres libres. Firmes como la encina, inaparentes como su flor, la "candela", y henchidos como la savia curtida de su sangre justiciera y paciente por los siglos de los siglos. Un pueblo que, sin embargo, tiene un corazón colectivo apretado y melodioso, como el corazón de la encina.
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