01 marzo 2016

Decenio: Diez años del inicio de este blog



Diez años del corazón de una encina

Han transcurrido diez años desde que abrí este blog en el que mi pequeño corazón de encina se predispuso a destilar sus mejores dulzainas. Diez años es mucho tiempo, por cierto. Al menos constituye un ciclo decenal; en él sumé otra década a mi cronología vital, cambié de siglo, me mudé de ciudad y de trabajo, mis retoños se hicieron árboles bien fundados…  y todo eso no es poco.

Si fuera por hacer un balance, diría que estoy balanceándome. Me balanceo entre el enclave en el que me hallaba diez años atrás y este otro lado del vaivén, este presente continuo en el que habito, tratando que el fiel no denuncie una inclinación mayor a la de un discreto equilibrio.

No quiere decir esto que en el vaivén inacabado que es la vida, mantener el equilibrio sea sencillo. No. Es el gran misterio de la existencia humana. Recabar lo preciso para llenar cada platillo y rellenarlo cada vez que el otro se torna más pesado; compensar, reconstituir, restañar. Restañar-nos, re-generarse. Y comenzar una vez más, con reverdecida esperanza.

Porque este blog es una expresión de la renovación de la esperanza. Esperanza que se vierte en palabras, de esas palabras que de pronto asaltan el nivel de la conciencia iluminándola como relámpagos o fulminándola como rayos. Palabras con las que se hace una nueva luz y se enciende un fuego nuevo, con el que arden realidades olvidadas, restallan esperanzas lejanas y crepitan nuevos proyectos. Alumbramos el hacer con el decir, según lo expresa Cecilia Avenatti. Palabras que son primero amores y luego creaciones.

Si la esperanza tiene un color, seguramente en mi paleta ese color es el verde. Como el verde de mi follaje, el verde de mi sombrero de perfil que me cubre como la copa en la que me expando sobre el eje que me hunde en la tierra.

Verde esperanza parece una expresión demasiado corriente, desgastada en un uso no siempre certero. Pero en mí, ese tono es el signo de la comunión con la Naturaleza que me imprime su sello. Esperanza de florecer un día antes que mi fuego se apague. Esperanza de fructificar y derramarme amorosamente sobre los confines de la pradera que me contiene. Esperanza de brillar en un intenso destello de luz cuando el viento agite mis hojas. Esperanza que se hace resplandor en las noches oscuras porque atesoró a la luna en su regazo durante los plenilunios…

Gracias a quienes me acompañaron aquellos días del comienzo; a aquellos que siguieron visitando este espacio cuando yo no pude revitalizarlo, impidiendo que el contador de visitas se detuviera y el blog se convirtiera en una res derelicta y a quienes tal vez hoy inicien un recorrido por sus páginas, sus meses, sus años. ¡Gracias!! Sólo vuestra presencia vivifica estas palabras.

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Amar o morir