29 marzo 2006

The last conductor of the candle


Día tras día
de raíz arrancaba de mí todo cuanto no te fuera indispensable.
Ahora resueno
con el más ligero toque-leve, azul-plateado.
Soy hueca
como una estatuilla china con las palmas de las manos vueltas hacia arriba.
Alcánzame
-soy ahora una pareja perfecta para ti-
Cuanto fue, nunca fue.
Idénticos somos en nuestra inocencia
- adentro ni una traza de lodo-.
Los tiestos crepitan ligeramente
cuando camino descalza, como la Sirenita, a través de mi pasado.

Oksana Zabuzko


27 marzo 2006

Todos los mundos se han callado


Sí, creo que ya soy un árbol
porque anteayer amanecí muda
y desde entonces
no he pronunciado un grito
ni he gritado un sollozo
no murmuré tu nombre,
-ni con dulce mirada dibujé
tu rostro-
no nombré los susurros
que apacientan tus labios
ni lancé el estertor
que exhalan
antes de morir los muertos
Ya no tengo palabras
pero se que estoy viva
aunque todo está mudo
y todos los mundos
se han callado junto
a mi silencio

Y ayer, a la hora del ocaso,
unos pequeños pájaros
buscaron refugio
en mi regazo…
Permanezco inmóvil
pero no estoy quieta
Es que un agitar de hojas
se me desatascó en el pecho
para sosegarse sólo
en esta suave brisa
que me envuelve
presagio de un otoño
que como todos los mundos
aguarda su hora
en el silencio.

Tal vez la noche antes
de anteayer, mientras dormía
compadecidos de mi soledad
los sueños me llevaron
en volandas
hasta aquella desolada plaza
y en su único árbol mi corazón
pusieron
en su interior -vegetal matriz-
algún lejano y piadoso día
tal vez,
vuelva a brotar en él
un flujo de palabras, exiguo,
ligeramente leve

Parco como estas leves
gotas que brotan en mis hojas
imperceptibles
apenas tibias
y evidentes

-¿Es que llora el follaje de un árbol
acostumbrado a las soledades
y tristezas?-

Sigilosa la tarde
se ha tornado insonora
no hay palabras
murmullos
nada
hasta el crepitar del fuego
del crepúsculo
ha cesado
sólo se oye el respiro
del silencio.


12 marzo 2006

Cosas difíciles

No hay nada más difícil que saber ser loco. ¡Qué cantidad de buen criterio se necesita para ser loco!
Vicente Huidobro




09 marzo 2006

Crepúsculos deshechos


En qué punta de tus horas
se perdió la tarde.
En qué chispa de tus ojos
se encubrió el sol.
Por cuál sendero de tu piel
se colaron las lluvias
¡En qué oscuras palabras
se apagó tu amor!

Sobre mis párpados fríos
amainó la tormenta.
Entre mis manos pálidas
se anonadó la luz.
Desgajaron mi cuerpo
los bramidos del trueno.
Desdibujadas brumas
desgarraron mi voz.

Sin fuegos y sin voces
se deshizo el crepúsculo.
Sin caricias ni besos
la muerte ensordeció,
ardieron sus penumbras
en pleno mediodía,
se encresparon las nubes
cuando dijiste adiós.

Es tenue el velo oscuro
que cubre la memoria.
Es sutil la madeja
que entreteje distancias
y deshila los tiempos.
Es tenaz el engaño
que atenaza los sueños.
Imperturbable, el alma
que elige andar en pena
desdeñando el amor.

La fatiga, incansable, demora
la indulgencia,
paradojal soberbia
no demanda el perdón.
La vida se consume,
vanagloria inmodestias,
pedantes vanidades...
mascullando silente
la pasión que murió.


05 marzo 2006

Extraños

Los perros le ladraban porque iba vestido de Excepción
Vicente Huidobro

04 marzo 2006

Un chal para mi alma


LA ENREDADERA


Por el molino del huerto
asciende una enredadera.
El esqueleto de hierro
va a tener un chal de seda,
ahora verde, azul más tarde,
cuando llegue el mes de enero
y se abran las campanillas
como puñados de cielo.
Alma mía: ¡quién pudiera
vestirte de enredadera!

Juana de Ibarborou

03 marzo 2006

La inevitable soledad


A decir verdad, nunca formó parte de mi imaginario, estar sola. Sufrí la soledad durante la adolescencia, pero creí que todo había pasado unos años más tarde. Sin embargo, ocurrió. Los que amé hasta ahora, y todos los que me amaron, han volteado su rostro. Pienso que mirarme les resulta doloroso, una fatiga que no están dispuestos a padecer. La comodidad domina los impulsos más nobles y los torna en desasosiego, apremios que no están dispuestos a soportar quienes persisten en vivir la era indolora. Indolora e incolora. Sin sabor, sin colores, sin perfumes, el dolor es igual que la vida, nada lo diferencia de ella.
Más, me resulta imposible renunciar a la vida, mucho menos a la felicidad. La soledad suele ser una interface, un tiempo intermedio entre dos etapas, el reposo del viajero que ha emprendido un arduo viaje y no quiere detenerse; sólo alguna dificultad puede vencer su persistencia y obligarlo a hacer un alto en el camino. Tiempo de reposo, de encuentro consigo mismo. La vida se suspende, como se detiene la respiración al sumergirnos en el mar cristalino del descanso veraniego.
La soledad es sólo una tregua, un descanso. Un espacio que se abre para hallar-nos, re-encontrarnos con nosotros mismos. Ya no sufro la soledad, me ahondo en ella, me reconstruyo y espero... mejor dicho, me quedo así, sin esperar nada ni a nadie. La vida reclama un espacio y un tiempo -no cronológico sino vital- para detenerse y -como los escaladores- retomar fuerzas para continuar ganando altura. Campamento en el que se espera la aurora de un nuevo día para proseguir hacia la cumbre. Escaladas y escalas, trepada y reposo, laderas escarpadas y apacible acampada. Así voy subiendo, soy montañesa al fin y al cabo, día a día, me dejo detener por la borrasca, recomienzo después de cada tormenta, espero el sol que se enciende en el horizonte del día después para desmontar el campamento y continuar trepando, aferrada a cada saliente de la ladera.
A lo lejos, veo que aquellas águilas que me han acompañado, también se detienen y esperan. Aguardan pacientemente para retomar su vuelo. Quien desea compartir el destino de las águilas no sabe de soledades, sólo de esperas.

Mis flores preferidas


... son los crisantemos amarillos




02 marzo 2006

El corazón de la encina

candela


Dicen que el corazón de la encina está lleno de música y existe la leyenda, en algunos lugares de Castilla, de que dicho corazón, horadado a fuego lento, producía en otro tiempos las mejores dulzainas. No quedan muchos encinares por mi pueblo, ya que fueron talados cuando lo de la concentración parcelaria. De niño nos llevaba el maestro a recoger astillas para la estufa de la escuela. Astillas de encinares en extinción bajo el hacha implacable de los leñadores de Monda, provincia de Málaga, decían que los mejores del país. De niño, bajo las encinas de las dehesas de La Coronada, tan parecidas por proximidad a las extremeñas, he buscado bajo el cielo pálido de los días de otoño el fruto de la bellota que nos comíamos asadas como un delicioso manjar. La robusta encina, además, produce una delicada flor poco aparente para los no avezados a contemplarla. A esa flor tan recatada se la conoce con el nombre de "candela" y está tan escondida entre las hojas que apenas es visible. Es dulce su nombre, como su apariencia, y así se le antojara a nuestro señor Don Quijote en su discurso de la Edad Dorada en el que habló "de las encinas con su dulce y sazonado fruto". El dios adusto de la tierra parda, que dijera Machado, es el de los encinares y dehesas del país en los que el cerdo ibérico pastaba a sus anchas, no como hoy, que estabulado y constreñido en su ejercicio produce un jamón que nada tiene que ver con el de los tiempos de mi niñez, cuando el animal comía de la encina el fruto goloso de la bellota que cebaba sus carnes y les daba la inmejorable sabrosura de las que hoy carece. Ni en Jabugo ni en la tierra incendiada hace unos días entre las provincias de Huelva y Sevilla tiene la encina otro gasto que el del simple existir, el ser longeva y hacerse tan centenaria, hasta que se hace vieja y se le consume el corazón como a una ancianita que se extingue lentamente. Hoy no es económico el beneficio de la encina, por los costes y porque la alimentación de los animales de dehesa está tan adulterada que así nos va: ni el jamón ibérico sabe al jamón de antaño y es privilegio de los escasos lugares del país en los que encina aún sirve, a medias, de alimento con su fruto para el exclusivo jamón de pata negra o de recebo, que es otra adulteración. Don Miguel de Unamuno, que escribió de la encina de Castilla, comparaba simbólicamente el corazón del árbol, su recatada flor y el fruto de su leñosa existencia con el corazón, la flor y el fruto del pueblo que entre los encinares se ha formado. Lo que me parece una afirmación magnífica tratándose de que yo he conocido y me he formado en mis principios en medio de ese pueblo sufrido y paciente, el que yo conozco de los extintos encinares de la comarca de Fuente Obejuna y el Valle del Guadiato y la vecina comarca de Los Pedroches. En su sentido de la vida y en su floración trabajada largamente, ese pueblo solía y suele soportar la existencia como un duro menester y por eso tiene el alma tallada como la vieja encina de sus campos que hoy pervive en escasos testimonios en toda la comarca que en los próximas días volverá a conmemorar el tiranicidio de aquel comendador libidinoso que no supo bien a quien se enfrentaba en sus desmanes y así acabó como acabó. A fuer de metafórico me gustaría dejar constancia de la armadura colectiva de ese pueblo, una armadura moral a salvo de veleidades, como la encina que arraiga en su pedernosa tierra y que es capaz de dar su dulce fruto o abrigar en su horadado corazón toda la música de la libertad que le hizo rebelarse contra los desafueros del poder. Estos días, al representar la obra de Lope de Vega, toda Fuente Obejuna y sus aldeas están participando, de una manera o de otra, en el drama colectivo que es orgullo de nuestra raidumbre. Firme y señero pueblo que tiene la coraza de la historia en la que se ha forjado desde los tiempos más remotos, aun antes de convertirse en un símbolo universal. "Todos a una" y arraigados en la defensa de su dignidad de hombres libres. Firmes como la encina, inaparentes como su flor, la "candela", y henchidos como la savia curtida de su sangre justiciera y paciente por los siglos de los siglos. Un pueblo que, sin embargo, tiene un corazón colectivo apretado y melodioso, como el corazón de la encina.

01 marzo 2006

Así soy yo


Soporta ambientes secos y fríos y huye de las zonas encharcadas.Es el árbol preferido de gran parte de la fauna ibérica cómo refugio o atalaya. Su figura y su recio carácter dan color a muchos paisajes castellanos, formando parte fundamental de ricos ecosistemas. Sus usos son variados y apreciados desde antaño, para muestra sirva que sus preciados frutos las bellotas, confieren textura y sabor al mejor jamón del mundo. Entre las principales acciones y aportaciones del encinar a su medio destaca su valor protector y su función creadora de suelos óptimos, por la densidad, espesor y consistencia de su cubierta, por la potencia de su sistema radicular, y por su transpiración reducida al mínimo. La importancia de esta función sube de punto al ocupar el área del encinar extensas zonas semiáridas o de clima continental extremado. La acción fertilizadora y termoreguladora de cada árbol, que se extiende no sólo al espacio ensombrecido por su copa, sino a un diámetro aproximadamente doble del ocupado por su copa, que viene a coincidir con la extensión de las raíces. Impide la erosión, fortalece la estructura del suelo, aminora la fuerza del viento. Regula escorrentías y recarga los acuíferos subterráneos especialmente cuando el encinar es denso. Potencia los pastos y es el lugar donde aves, mamíferos, lagartos, insectos, etc. conviven, y sin el cual esta variedad faunística y esta riqueza ecológica dejaría de existir.