30 junio 2006

Sólo veré tus ojos

Por las noches me despierto agitada. Siento que estoy agonizando, en ese cuarto estrecho donde me han amarrado a una cama. Bajo los efectos de los narcóticos que me inyectan, veo tu rostro acercándose al mío. Tus ojos verdes descoloridos, encolerizados, brillantes de odio y rojos de resentimiento, se detienen en mi mirada moribunda. Nunca hasta ahora presentí tu cara espejada en mis pupilas; siempre huidizo hoy no me rehúyes, ya no precisas ocultarme tus intenciones. El ápice de razón que conservo para no hacer aquello a lo que quieres obligarme con estos tormentos, me anuncia que ha llegado el momento final. Sí, claro que entiendo: ha llegado la hora en que debo morir.

29 junio 2006

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos





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Vendrá la muerte y tendrá tus ojos,
el vino triste tendrá tus ojos,
la traición también tendrá tus ojos rojos,
el fin de la fantasía tendrá tus ojos.

Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos.

La paz reinante también tendrá tus ojos.
También
renacerá la vida y tendrá tus dos o tres ojos.
Yo también tengo tres ojos:
los dos de toda la gente normal
y uno más, en el medio de la gente
diferente al de los de la vereda de enfrente:
los indiferentes.
Soy amargo y soy diablo y camino encima de la gente
no nací en Avellaneda pero soy de Independiente
soy creyente, ni paisano, ni payaso,
soy de San Lorenzo de Almagro.
Aquello que me dejo flaco tiene el blanco de tus ojos,
rojos, silenciosos...

Todo lo que toco se parece a tus ojos y se rompe,
dueño de un corazón loco que se parece a tus ojos.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
Tendrá tus ojos ...



Andrés Calamaro



26 junio 2006

Como un pájaro en llamas


TE ASESINÓ EL AMOR

Porque el silencio es demasiado cruel
cuando el grito puja por los poros
y es un grito hacia adentro,
un pájaro ardiente que te abarca
tumultuoso y puntual.
Porque amar no alcanza para ser amado.
Y tenías la tristeza imperdonable
de una muñeca herida, olvidada
en el último cuarto.
Quisiste partir sin equipaje.
¡Qué decisión la tuya!
Como un reloj de arena
cada noche volvía por tu cauce,
despoblado y sediento.
Y allí,
era la ronda de voces asediando
tu almohada,
una invasión de gestos extraños,
sin sentido,
un motín de ovaciones que se alzaban
en un teatro de sombras.
Tus manos padecían amargos escalofríos,
cuando tus personajes te sobrepasaban
con la beldad de las diademas
y la crudeza de una mancha de sangre
sobre la escarcha.
Enamorada del suicidio,
como una extraña jauría.
Ahora estás escribiendo el epílogo
de tu pieza final;
la que urdías en una ceremonia secreta.
Como a una melodía rota, te asesinó el amor
que no te dieron.

Elena Cabrejas

Miércoles de Ceniza

I
Porque no espero volver
Porque no espero
Porque no espero volver
deseando los talentos de un hombre y la visión de otro
ni dar lucha por luchar por tales cosas

...................


Estoy viviendo un largo miércoles de ceniza. Contrariando el ritmo de los tiempos sagrados, cada miércoles de ceniza que vivo da paso a una breve cuaresma, un interminable calvario y luego me deja clavada en la cruz. Nadie quiere hacer la obra de misericordia de bajarme de ella y llevarme al sepulcro, por lo que mi ciclo se reinicia con el ritual de las cenizas. Y no espero volver a la vida que tuve, ni voy a seguir dando batallas por las cosas que viví y la gente a la que amé.
Pues todos me traicionaron. Judas se vistó de marido, padre y madre, de hermana y, finalmente de hijos. Los que llevan mi sangre han renegado de mí; como Caín, han sentido celos de que Dios recibiera mi ofrenda con mayor agrado y no se detendrán hasta ver mi carne lacerada y mi sangre derramada. Como éste, cuando les pregunten dónde estoy responderán: ¿es que acaso debo cuidar a mi hermana? Sí, debían, como yo los cuidé, delicadamente, en singular, sin reservas ni postergaciones, en un largo presente continuo.
Luego no habrá lugar para los lutos ni las lágrimas. Sólo mi perdón y el perdón de Aquel de cuyos ojos nadie puede huir, podrá llevarles alivio a la agonía de sus horas.

23 junio 2006

Ash wednesday


I
Because I do not hope to turn again
Because I do not hope
Because I do not hope to turn
Desiring this man's gift and that man's scope
I no longer strive to strive towards such things
(Why should the aged eagle stretch its wings?)
Why should I mourn
The vanished power of the usual reign?
Because I do not hope to know again
The infirm glory of the positive hour
Because I do not think
Because I know I shall not know
The one veritable transitory power
Because I cannot drink
There, where trees flower, and springs flow, for there is nothing again
Because I know that time is always time
And place is always and only place
And what is actual is actual only for one time
And only for one placeI rejoice that things are as they are and
I renounce the blessed face
And renounce the voice
Because I cannot hope to turn again
Consequently I rejoice, having to construct something
Upon which to rejoice
And pray to God to have mercy upon us
And pray that I may forget
These matters that with myself I too much discuss
Too much explain
Because I do not hope to turn again
Let these words answer
For what is done, not to be done again
May the judgement not be too heavy upon us
Because these wings are no longer wings to fly
But merely vans to beat the air
The air which is now thoroughly small and dry
Smaller and dryer than the will
Teach us to care and not to care
Teach us to sit still.
Pray for us sinners now and at the hour of our death
Pray for us now and at the hour of our death.
T.S. Eliot

13 junio 2006

La estación de los crisantemos

música


¿Cuánto tiempo te amé y te olvidé y me dije que nunca más te recordaría? Hasta que llegaba nuevamente la estación de los crisantemos. Mi estación preferida, esa en la que se detienen todos los tiempos postergados, los no vividos, los desesperanzados, los olvidados, y se paran sobre el anden por el que desciende una vez más la vida. Pero tú, persistente y áspero como el aroma de los crisantemos, regresas con ellos; veo tu figura erguida en bello porte junto al puesto donde compraba los crisantemos dobles, amarillos y blancos por favor, sí, deme tres y tres, y un poco de verde para adornar el ramo; no, no, por favor, no corte los tallos, los prefiero largos...
Llegaba a casa y los ponía en mi único jarrón, me gustaba rociarlos con el agua de la canilla y ponerlos luego en el florero, los dejaba escurrir en la cocina y luego los llevaba a la pequeña mesa color marfil en la que trabajaba.
El timbre del teléfono, tu voz entrecortada de quien se siente en falta por llamarme, la conversación breve, el saludo apresurado. ¿Otra vez te vas de viaje? ¿Tan lejos? ¿Cuándo regresarás? ¡Dos meses! Las calles parecían vacías, quería gritar mi soledad y tu ausencia se deshilaba poco a poco con el caer de los pétalos amarillos y blancos. Los últimos días del primer mes dejaba que se formara un cerco junto al florero hasta que los tiraba y compraba otros, frescos, con la ilusión que retornarías antes que volvieran a derramar sus pétalos como lágrimas largas y marchitas sobre mis cuadernos y aquellos papeles que intentaban capturar ideas durante las noches de insomnio...
Una noche lloramos juntos para desahogar la pena de lo imposible, otra nos besamos y una vez tratamos de amarnos.
Y otra vez, al detenerse el tiempo en la estación de los crisantemos, cada puesto de flores portante de baldes llenos de ellos se para frente a mí, me corta el paso por la acera y los ramos hunden sus tallos por mi escote hasta clavarse en mis entrañas; su olor rústico a hierba del campo absorve mi aliento y quedo exámine, trémula ante el recuerdo de tu viva presencia.



Renuncio a morir en otoño



Era el otoño y la hoja de aquel árbol
temblaba. También yo, también nosotros
teníamos un temblor nuevo, una nueva
y enfebrecida tarde. Como el mar
que rompe hacia las rocas y las vence,
así eras tú, estudiante. Conocía
tu soledad, tu cuerpo, desde antes
de ver tu cuerpo y ver tu soledad.


« ¿Estudias mucho? » «Estudio poco.» «¿Vives
poco?» « No, vivo mucho.» Parecía
que tus palabras me arrastraban, era
todo tan nuestro de verdad, tan bello
de verdad, tan sencillo. Me acordaba
de aquel niño lejano que aún creía
en Dios, en sus milagros. (Madre, madre,
un día vendrá Dios hasta los pobres
y hará justicia.) Mientras, era el campo,
fijamente mirábamos el campo
verde, universitario, lentamente
se humedecía la yerba. Era de oro
la hoja del árbol y temblaba, era
no sé de qué tu corazón y abría
sus puertas a la yerba verde y húmeda.


Náufragos del jardín, resucitábamos,
llegábamos a amarnos, me perdía,
me salvaba, dudé, toqué las llagas
de aquel paisaje con los dedos como
se toca un árbol, una flor, un cuerpo:
para creer. Olía a vida. Se
respiraba la vida. De repente
alguien, el viento, nos dejó sin libros,
nos hizo dioses. Y quedamos solos,
frente a frente, mirando aquellos campos
solitarios, y libres, y vencidos,
a nuestros pies. Podía renunciarse
a morir ante aquel milagro. «Pero
¿me escuchas, me comprendes, vas conmigo?»


Era el otoño y la hoja de aquel árbol,
que era de oro de verdad, temblaba.


Poema de Carlos Sahagún